Lo mentábamos aquí el pasado martes... tanto es así que por evitar el "mal fario" escondí tanto el recorte de periódico que hoy, ni lo encontraba... he tenido que recurrir a Orbyt para... tirar de hemeroteca y reproducir por si alguien no lo hubiera leído en su día, la columna que publicaba el pasado domingo 20 de mayo en El Mundo, David Gistau.
"HACÍA MÁS de un año que no iba a Las Ventas. Los toros sólo me gustan como pretexto para un viaje, y eso excluye Madrid. Cuya plaza, por otra parte, no es divertida, como no lo es nadie demasiado consciente de su propia importancia. Para escuchar regañinas ya tengo el matrimonio y a los adjuntos al director, y la plaza de Madrid no hace sino regañar, y quejarse, como si necesitara un coito logrado con el que reconciliarse con el lado alegre de la vida al que el Cristo de los Monty Python era capaz de silbar en la misma cruz. Un amigo taurino me hizo notar una paradoja que sólo se da en Madrid: miles de personas que pagan un abono y acuden todos los días a llenar un coso con el íntimo anhelo de que todo salga mal. Porque el fracaso, o al menos la excepcionalidad del triunfo, mantiene vigente la fama de una plaza predadora que se comporta como si hubiera de gestionar con avaricia los salvoconductos al futuro de los toreros que pasan por ahí. Como un torero venga de triunfar en otra plaza, no te digo si encima es guapo y gusta a las mujeres, Madrid defenderá su monopolio del criterio bajándole los humos de entrada, como si tuviera que expiar pecados terrenales antes de merecer siquiera ser sometido a consideración. En el patio de cuadrillas debería haber calaveras con montera clavadas en una pica, como advertencia, igual que en las fronteras del territorio de una de esas tribus belicosas de Conrad. Cuando coinciden ambos deseos, que todo salga mal y ajustar las cuentas a un mozo que llega demasiado subido por fervores ajenos, ocurre lo que le pasó a Manzanares, que no pudo ni torear. Le abroncaban por lo que hacía y por lo que no hacía, por lo que intentaba, por lo que pensaba y, metidos en los prejuicios lombrosianos de Montesquieu, hasta por su cara, y sus orejas, y su nariz. Yo todo lo contemplaba con asombro de guiri, convencido de que ocurría algo espantoso en lo que no había reparado, e igual hasta resulta que es así como se custodia el canon. Pero me llamó la atención el sometimiento de la plaza entera a una barra gritona que apenas ocupa el espacio de un quesito del Trivial. Como uno mismo, muchos de los que van en San Isidro lo hacen por motivos sociales, y no entienden. Y aceptan que entender es enojarse, por lo que de pronto se pretenden enfadadísimos para que ese petimetre de ahí abajo se entere de que está en Madrid. También me he dado cuenta de que al opinador, en los toros, a diferencia del que va al fútbol, le gusta ser escuchado por todo el tendido, contaminar con sus jaculatorias las mentes de cuantos están alrededor, y por eso habla mucho más alto de lo que sería necesario para mantener la comunicación con el amigo sentado a su lado. Hasta el año que viene, si acaso."
Pues eso fue lo que, aprox. 20 días más tarde, volvió a suceder en Madrí.
Ésta vez a Manzanares se le unió Morante y a ambos...Eolo!
¿Cómo era eso...?
Ah sí, AMÉN...
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